miércoles, 8 de febrero de 2017

Preparar para la vida real

Todos sabemos que la escuela es como una enorme burbuja de la que luego deberán salir nuestros alumnos para vivir en la realidad social que hay afuera. Sí, no te lo preguntes, ya te lo digo yo, para muchos adultos que vivimos respirando su mismo aire también lo es. La única diferencia es que la vida nos ha ido enseñando más cosas que a ellos porque nuestras relaciones familiares, sociales, la situación laboral,  la comunidad en la que vivimos o esos impuestos que tenemos que pagar y algunas cosas más nos han hecho como el lobo en el cuento de Caperucita, nos han ido enseñando las patitas por debajo de la puerta, a veces algo más negras que las del lobo. Nosotros somos quienes debemos ir ayudándoles a asomarse poco a poco a esa vida que les tocará vivir dentro de un tiempo, para que llegado el momento sea menos traumático y se adapten a ella lo más suavemente posible.

Os cuento esto porque es increíble la idea que se hacen del mundo que hay ahí afuera. Esta misma mañana hablando de la capa de ozono hemos llegado, ya sabéis que con estos chicos de un tema se pasa a otro con una facilidad pasmosa, a que hay que pagar impuestos por muchas transacciones económicas, incluso por prestar determinadas cantidades a otras personas. Un chico decía que no lo veía justo, que pensaba que con su dinero podía hacer lo que quisiera. Lo de los impuestos por el trabajo no le parecía mal porque entendía que para las cosas comunes hay que aportar algo como en su comunidad de vecinos, aunque menos de lo que se paga, pero por lo demás… Bueno, estos chicos no conocen el Ministerio de Hacienda.

Otros, hace unos días, y esto parece increíble con alumnos que rozan los 18 años y alguno que ya los tiene, al comentar que habían oído que se planteaban tal vez volver a poner las antigua mili, ante lo especial de los componentes del grupo, lejanos al orden y enemigos de la más mínima disciplina, les conté algunos rasgos de mi experiencia en su día. Las reacciones fueron de lo más peregrino. Sí, a mí me van a mandar, los c… pues me largaría. Pues te buscarían por desertar. Que te lo crees tú, me iría de aquí… y así montones de cuestiones fuera totalmente de lugar y de contexto ante lo desconocido. No me refiero a insumisión ni a cuestiones similares, no, si no a que yo hago lo que quiero y me da igual, que a mí no me manda nadie. Y si no les meto, contestaba alguno con gesto agresivo.

Tanto el primer caso como el segundo, con tantas incongruencias y afirmaciones llenas de agresividad ante los demás y de desconocimiento real que escucho a diario, me pongo a pensar en todo el trabajo que tenemos ante nosotros por encima de matemáticas, lengua o cualquier otra asignatura. A veces te planteas qué han oído antes en sus casas, en la calle o en vete tú a saber dónde, pero están en una irrealidad muy distinta, en lo que alguien llamaba su mundo gominola (en algunos casos yo diría porrete). Resulta triste por su desconocimiento de la realidad, la que les ha tocado vivir, pero también porque mañana cuando salgan a la calle encontrarán problemas que hoy les estás haciendo ver y no hay manera de que algunos de estos alumnos y alumnas sean capaces de vislumbrarlos a medio plazo ni por similitud con lo que ven en sus familiares más cercanos.

Simplemente echo de menos en muchos casos ese apoyo familiar que les ayude a ir poniendo los pies en el suelo, esa mano firme que les ayude a ser mejores personas, ese ejemplo que les enseñe a trabajar de verdad, con seriedad, con ganas de tener un mínimo de éxito en la vida.

Me gustaría cada día más saber ayudarles para que sean más felices, para que no sufran, porque como dice en un fragmento de su Canción del adiós el cantautor argentino Horacio Guarany… “¡Hace un frío afuera y una cerrazón!”.

                                                                       Zaragoza, 8 - febrero - 2017

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