miércoles, 22 de marzo de 2017

Fabricando sonrisas

Estos días hemos estado con exámenes y reuniones cerrando la segunda evaluación. Empieza a pesar ya un poco el curso ante la tercera, esa eterna recta final que, como cuando estás terminando una larga caminata, parece que nunca ves la meta, que siempre está tras la última curva del camino. Por todo esto, igual que el viento fresco que nos da en la cara y nos ayuda a buscar las últimas fuerzas que nos quedan en la reserva, os contaré alguna cosilla simpática de mis chicos que nos ayudará a todos a sonreír, algo imprescindible a estas alturas de curso.

Hace una semana, recordando a unos alumnos lo que dice el teorema de Pitágoras, que también el hombre no tenía otra cosa mejor que hacer que jugar con los lados de un triángulo rectángulo, los nombré y, si esta vez lo de catetos no consiguió la cascada de risitas habitual, lo de la hipotenusa en cambio fue gracioso. Un alumno, a punto de cumplir los dieciocho, al preguntar un compañero suyo si hipotenusa era con h, que ya le vale, y aclararle que así era, dice todo convencido…  “Pero ¿no era hapotenusa?”. Sin comentarios.

Unos días antes, al comenzar una clase compruebo que faltan dos alumnos que casi siempre llegan tarde. Mientras miro para asegurarme de que así es digo... “Faltan… ¿los tardanos?” a lo que un alumno todo convencido pregunta… “¿eso no es un animal?” Risas, desconcierto y desconocimiento hasta que otro compañero le aclara que el mardano es el carnero, el macho de la oveja, ese que tienen unos cuernos enormes que parecen como enrollados en espiral. Tras desfacer el entuerto seguimos la clase con una sonrisa.

El mismo alumno, unos días más tarde, ante un comentario relacionado con lo que se está hablando en clase, nos cuenta con la misma naturalidad e ingenuidad de siempre, cómo no paró de matar murcianitos hasta que le estropeó a su abuelo una antigua máquina de vídeo juegos que tenía guardada el hombre por casa. Todos le miraron sorprendidos hasta que le aclaré que seguramente serían marcianitos, ya que la gente de Murcia nunca ha aparecido, que yo sepa, para ser aniquilada en ningún vídeo juego. Unas risas al descubrir el gracioso error (menos para los murcianos) pusieron la nota de humor en el grupo que nos permitió seguir mejor.

Si enumerásemos el montón de errores y chascarrillos que surgen en nuestras aulas cuando menos lo esperamos sería para desesperarse, aunque ya veis que algunos de ellos ponen esa chispa, ese toque de gracia que permite seguir la clase con algo más de ánimo por esa sonrisa que dibujan en los que la vivimos a su lado, profesor y alumnos. Así pues, en esos momentos, daremos por buenas esas anécdotas, que nos arrancan una simpática sonrisa, y como me contaba un alumno hace unos años que decía su hermano, será cuestión de hacer la “lista” gorda.


                                                             Javier Lozano – 16 – marzo - 2017

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