sábado, 17 de junio de 2017

El sabor del fracaso

Estos últimos días de curso, además de excesivamente pesados por mil circunstancias, las tensiones por no llegar a todo, las correcciones, los papeles, las reuniones y, por si fuera poco esta ola de calor, hay algo que no por producirse año tras año, deja de preocuparme, seguramente lo que más. Se trata de los restos del naufragio, esos alumnos que ya pasan de todo, a los que no hay quien motive ni anime. Una carga emocional que a mí particularmente me entristece y deprime especialmente, que me hace pasar unos malos días.

Hoy repasamos una recuperación. Por las circunstancias del grupo va a ser sencilla y quedamos en dedicar la primera hora de la mañana a prepararla. Entro a clase y mientras van llegando, eso de la hora de entrada unos cuantos lo llevan bastante mal, les recuerdo que tenemos que hacer lo que acordamos el día anterior. Pido a los que no tienen que recuperar que hagan otra cosa, cualquiera que no sea molestar a sus compañeros. Comienzan los comentarios típicos que aunque parezca ciencia ficción se producen a dos días del fin de curso…

-          Yo no me he traído los libros.
-          Yo he traído la mochila llena pero no sé qué llevo, me daba pereza sacar las cosas.

Y así un sinfín de comentarios que parecen sacados de una película de humor o de alguna serie de dibujos animados. Cuando les digo que pueden incluso sacar algún libro que estén leyendo, me miran con extrañeza, como si les hubiera dicho que se colgaran del techo a cuatro patas. Uno con ojos desorbitados me dice que él solo lee dibujos japoneses que vienen subtitulados. Les aseguro que tal vez, aunque hay mil motivos actualmente para distraerles de la lectura, el día que la descubran seguramente les puede llegar a gustar.

-          Pues yo creo que ya ha debido pasar mi día –dice uno de ellos.

Nos ponemos a trabajar y veo que, de los cuatro que tienen que hacer la recuperación, uno no ha venido, y otro no saca ni un triste papel. Al decirle que lo haga…

-          Es que no he traído nada. A mí me dijo éste que veríamos un documental.

Cuando le digo que no importa, que lo haga en un papel que le damos, declina la invitación y tumbándose se queda de brazos cruzados.

Pasamos la clase trabajando al ritmo de los que van repasando, cada uno individualmente según sus necesidades. El de antes no para de hablar, como ha hecho todo el curso, poco después lleva una enorme espiral de un cuaderno doblada dentro de la boca -¿de cuál si ha venido sin nada?- y sigue molestando a los demás. (Ayer un compañero mío trajo lazos de hojaldre y a los adultos nos tocaba uno a medias. Al ir a por el mío él se lo comía a toda prisa con una irónica sonrisa).

Tras estas aventuras que vivo día a día, me da por pensar en muchas cosas. A estas alturas de curso podría revisar mis calificaciones y seguramente debería estar contento al contemplar el número de aprobados abrumadoramente mayor, pero a mí lo que me preocupa es este tipo de chicos, los que quedan por el camino, como decía antes, los restos del naufragio.

Esto convencido de que en muchas ocasiones vienen ya con un bagaje de casa que deja mucho que desear, difícil de corregir en las pocas horas que están ante mí, pero a pesar de todo hay algo que hago mal, estoy seguro de ello. Como muy bien afirma mi buen amigo Javier Esteve no hay alumnos vagos, sino alumnos a los que no sabemos motivar. Mientras haya un solo fracaso debo de seguir buscando donde estoy fallando porque ellos van perdiendo ocasiones vitales y a mí no me gusta el sabor del fracaso.

                                                           Javier Lozano 16 – Junio -2017

1 comentario:

  1. En primer lugar decirte que aunque normalmente no escriba me encanta leerte.
    Yo no pondria la palabra " fracaso"," te dejas la piel con tus alumnos .
    Algunos no aprobaran pero estoy segura que la huella que dejas en ellos tambien les sirve para la vida.
    Un saludo.

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