sábado, 23 de septiembre de 2017

Amor, matemáticas y aceite al asador

Nunca habría llegado a imaginar que las matemáticas dieran para tanto a pesar de saber de sus posibilidades en muchas situaciones de la vida, y sin las cuales la humanidad no estaría donde está. Uno se sorprende día a día con estos chavales, su imaginación, su creatividad y por qué no su sensibilidad, esa que muchas veces algunos docentes no tienen en cuenta cuando están ante ellos, sin pararse a pensar en lo importante que es para poder sacar lo mejor de esos seres que tiene ante él y a los que se debe.

El pasado martes en clase, un chico y una chica, yo al lado de ellos nada más entrar, sin nadie más en el aula, nos ponemos a trabajar unos ejercicios de matemáticas y él, con una media sonrisa, me mira y me dice que diría un secreto pero que no se atreve. Añade… “solo se lo digo a Javier en la oreja”. Yo le pido, que con la confianza que ya tienen conmigo en los pocos días que llevamos de curso, lo cuente sin miedo. Mira a la chica y dice que se va a enfadar, a lo que ella replica que lleva un verano de romances que no nos podemos imaginar, sin saber de qué va el secreto. Tienen doce años y una ingenuidad que se les ve al paso. El chico insiste y al ver que ella dice eso, comenta… “me gustas, te quiero para novia” poniéndose más rojo que un tomate mientras esboza una idílica sonrisa tontorrona. Ella evidentemente pone cara de asustada y hace un gesto que expresa ese hartazgo de romances veraniegos que antes comentaba. La clase sigue su ritmo habitual desde ese día. Hoy son “mejores amigos” según me contaron el jueves.

Ese mismo jueves, tratando de recordar algunas cosas a un alumno que ya tiene diecisiete años y al que las matemáticas la verdad es que le importan bien poco, al menos a día de hoy, veremos si consigo algo más en unos meses de esfuerzo por mi parte, me dice que no puede restar cuatro menos nueve. Yo le pregunto… “si vas a comprar con cuatro euros y te compras algo que cuesta nueve, ¿Cuánto te queda?” y el me contesta con toda la naturalidad… “nada profe, nada”. La verdad es que le expliqué que debería cinco por aquello de los números negativos pero con qué convicción si él lo tenía tan claro y razón no le faltaba, desde luego que no.

A su lado su compañero trabaja y muy bien sin levantar la vista de su cuaderno. Es ese mismo que dos días atrás, después de explicar algo en la pizarra cinco minutos para que no se cansen, me mira y me dice… “oye profe que no entiendo nada” Le animo a atender y responde… “es que estoy empanao, que a mí las mates…” Tras repetirle todo, me fui a su sitio y pasándole la mano por el hombro le convencí de que era capaz de hacerlo. Yo le hice el primero, el siguió y al día siguiente le explicaba cosas al que se quedaba sin dinero al comprar. A ver si aguantamos así hasta el final y si podemos mejorar mejor.

Tal vez el secreto, por su parte y por la mía como docente, sea el que escuché hace unos días por la calle. Salía a dar una vuelta por la orilla del Canal Imperial de Aragón que pasa por al lado de casa, uno de los bonitos lugares que rodean mi barrio de Torrero. En la acera veo a un chico alto muy joven hablando con una chica unos años mayor a la que parece razonarle algún fracaso de su primer año, tal vez, de universidad. Oigo que le dice… “yo creo que no he puesto mucho aceite en el asador”. Entonces veo claro el problema de este chico, porque el refranero dice que hay que echar carne al asador y no aceite ¿No?

Así pues, es importante que nada nos despiste del objetivo. Nuestros alumnos enamorados o no, con dinero o sin él, tienen claro que estamos a su lado y si no, estamos echando aceite al asador y además fuera de su sitio. Así que más nos vale que les animemos a que sigan su camino, cada uno según sus posibilidades, pero que siempre echemos toda la carne posible para que pongan también todas las ganas y renazca en ellos la ilusión por aprender por poco que sea.

                                               Javier Lozano 23 - Septiembre - 2017

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