Hace
ya días de aquello. Tras un montón de horas en tren, llego a una estación a
casi mil kilómetros de casa. Ya estoy en Cádiz. Nada más bajar al andén, veo en
la distancia, como siempre que voy para algo relacionado con el TDAH, o el
síndrome de Tourette en otras ocasiones, a esas personas a las que nunca has
visto en persona pero que son como amigos de siempre, gente que te sonríe en la
distancia y que notas que se alegran al verte. La tranquilidad que te transmite
su cariño hace que te sientas relajado y tan a gusto como en casa unas horas
antes.
Una
cuestión me preocupa desde hace unos días, a la vez que me entusiasma. Después de
preparar una ponencia para padres y docentes, consciente de que casi siempre el
número de los segundos suele ser la mayoría de las veces casi testimonial, me
comunican el porcentaje de asistentes de cada uno de ellos. Mi asombro es
enorme al saber que en esta ocasión la presencia de profesorado es enorme,
abrumadoramente mayor. Eso supone una alegría especial para todos y un reto
especial para mí, al encontrarme con compañeros a los que puedo tratar de igual
a igual y decirles lo que yo pienso de cómo actuar ante nuestros alumnos con
TDAH, ese tipo de cosas que a algunos a veces tal vez no les guste.
Por
fin llega el momento y noto en sus caras esa expectación que en segundos se traduce en sonrisas y gestos de
aceptación y complicidad, la compenetración, creo que, en líneas generales, es
total. Ya, antes de mi turno, he podido compartir alguna que otra idea con
los/as asistentes y la predisposición a aprender para poder ayudar mejor a
nuestro alumnado es enorme, algo que se confirma en el descanso tras escucharme
y posteriormente a la salida. Por si la alegría experimentada no fuera
suficiente, la sintonía con el resto de ponentes del ámbito multiprofesional,
que nuestra actuación ante un niño con TDAH necesita, es máxima.
Para
llegar a este punto he tenido que vencer muchos problemas, desde horarios de
ida y vuelta, debidos a la distancia y los trasbordos de trenes, hasta cómo
apañarme para que alguien cubriera mis clases con garantías, cuestión resuelta
por mis compañeros de departamento y un par más de otros con total generosidad.
Una
vez más la vuelta casa, tras dejar atrás la preciosa bahía de Cádiz, es ese momento de reflexión donde valoras las vivencias
personales del viaje, las de todas las personas que has conocido, las de
aquellas a las que seguramente has podido ayudar o dar ideas para que ayuden a
otros, en definitiva un balance totalmente positivo, como siempre. Además me ha
vuelto a tocar generar alguna que otra sonrisa sincera al dedicar alguno de mis
libros, que cada vez más van quedando repartidos por toda la geografía española y
latinoamericana. Me siento feliz de poder seguir generando esperanzas.
Javier
Lozano 19 – octubre - 2017
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