jueves, 19 de octubre de 2017

Bahía de afectos y sentimientos

Hace ya días de aquello. Tras un montón de horas en tren, llego a una estación a casi mil kilómetros de casa. Ya estoy en Cádiz. Nada más bajar al andén, veo en la distancia, como siempre que voy para algo relacionado con el TDAH, o el síndrome de Tourette en otras ocasiones, a esas personas a las que nunca has visto en persona pero que son como amigos de siempre, gente que te sonríe en la distancia y que notas que se alegran al verte. La tranquilidad que te transmite su cariño hace que te sientas relajado y tan a gusto como en casa unas horas antes.

Una cuestión me preocupa desde hace unos días, a la vez que me entusiasma. Después de preparar una ponencia para padres y docentes, consciente de que casi siempre el número de los segundos suele ser la mayoría de las veces casi testimonial, me comunican el porcentaje de asistentes de cada uno de ellos. Mi asombro es enorme al saber que en esta ocasión la presencia de profesorado es enorme, abrumadoramente mayor. Eso supone una alegría especial para todos y un reto especial para mí, al encontrarme con compañeros a los que puedo tratar de igual a igual y decirles lo que yo pienso de cómo actuar ante nuestros alumnos con TDAH, ese tipo de cosas que a algunos a veces tal vez no les guste.

Por fin llega el momento y noto en sus caras esa expectación que en  segundos se traduce en sonrisas y gestos de aceptación y complicidad, la compenetración, creo que, en líneas generales, es total. Ya, antes de mi turno, he podido compartir alguna que otra idea con los/as asistentes y la predisposición a aprender para poder ayudar mejor a nuestro alumnado es enorme, algo que se confirma en el descanso tras escucharme y posteriormente a la salida. Por si la alegría experimentada no fuera suficiente, la sintonía con el resto de ponentes del ámbito multiprofesional, que nuestra actuación ante un niño con TDAH necesita, es máxima.

Para llegar a este punto he tenido que vencer muchos problemas, desde horarios de ida y vuelta, debidos a la distancia y los trasbordos de trenes, hasta cómo apañarme para que alguien cubriera mis clases con garantías, cuestión resuelta por mis compañeros de departamento y un par más de otros con total generosidad.

Una vez más la vuelta casa, tras dejar atrás la preciosa bahía de Cádiz, es ese momento de reflexión donde valoras las vivencias personales del viaje, las de todas las personas que has conocido, las de aquellas a las que seguramente has podido ayudar o dar ideas para que ayuden a otros, en definitiva un balance totalmente positivo, como siempre. Además me ha vuelto a tocar generar alguna que otra sonrisa sincera al dedicar alguno de mis libros, que cada vez más van quedando repartidos por toda la geografía española y latinoamericana. Me siento feliz de poder seguir generando esperanzas.

Javier Lozano 19 – octubre - 2017

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