Hoy hemos tenido
una sesión de laboratorio muy peculiar. Por delicadeza no diré la definición de
peculiar que daba un amigo de mi hija pequeña. Mi grupo de adolescentes ha
llegado con la ilusión de todas las mañanas, de agradar, de reír, pero de
trabajar… ni lo justo. “Parece mentira que tengamos ya diecisiete años” me
decía uno de ellos. Se trataba hoy de una clase que la compañera de laboratorio
había preparado con todo cariño sobre las medidas de seguridad que deben tener
en cuenta en dicho lugar.
Los
comentarios al ver los diversos materiales han ido todos dirigidos a las
drogas, desde la pipeta para aspirar, la espátula para hacer unas rayas o…
bueno, cualquiera de ellos. Otros simplemente graciosos, porque siempre tienen
algo que decir aunque no tenga el menor sentido. Por ejemplo, al mostrarles un
frasco de un producto químico y señalarles en él una calavera, uno de ellos
contesta rápidamente… “eso es que mata” a lo que su compañero contesta… “pues a
mí lo que me mata es el Netflix”. Poco a poco, entre gracias, bromas y algunos momentos
de atención, hemos pasado un buen rato salpicado de risas abundantes pero de
las que no hacen daño, porque la risa puede ser, en según qué casos,
contraproducente.
Cuando
hablas con ellos, más a nivel personal, compruebas que todo lo que dicen ante
los demás no es tan real como su virulenta lengua suelta, que alguna cosa
prueban, que en algún caso manejan algún porro, pero en este grupo al menos, es
más de boquilla, mostrando ante sus compañeros, “colegas” sería seguramente más
preciso, su rebeldía contra la sociedad en la que están inmersos, que los trata
de asimilar sin éxito y a la que no se adaptan ni de casualidad.
Su
adolescencia brota por cada poro de su piel, su boca anuncia su revolución
hormonal en plena efervescencia y sus modos y maneras marcan la distancia con
esa vida a la que llegarán sin saber cómo en unos años, en la que la mayoría
encajarán sin más problemas al “curar” su actual adolescencia. Este grupo que
me ha tocado en suerte saldrá a flote con casi toda seguridad, pero me temo que
no al nivel de preparación que exige una sociedad como la nuestra que quiere
títulos más que personas, que necesita borreguitos más que gente con iniciativa
y creatividad, aunque se cacaree y pregone lo contrario.
De
acuerdo que es un grupo especial por sus características académicas, por eso se
trata de un grupo muy reducido, pero no por ello debemos renunciar a hacerles
crecer a nivel personal incluso, una vez superado este, a nivel académico y
profesional, porque nuestro mundo está necesitado de personas con todas las
palabras y en mayúsculas, y estos chicos, que solo piensan en la juerga y el
cachondeo, en ir de marcha los fines de semana y en estar colgados del móvil y
de las redes sociales, lo son, únicamente es necesario ajustar nuestro enfoque
al mirarles, visualizar sus capacidades y, poniéndonos a su lado, ayudarles
desde el primer momento a entender que su vida depende en gran parte de ellos...
y de nosotros.
Javier
Lozano, 20 - noviembre - 2017
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