sábado, 20 de enero de 2018

En la corta distancia

Mira que todos los sabemos. Cuántas horas de estudio en la universidad, en jornadas, cursos y cursillos, e incluso de abundantes horas de lectura voluntaria dispuestos a saber, a aprender y a descubrir cómo entender cada vez mejor a estos jóvenes que tenemos en clase todos los días ante de nosotros. Cuando crees tenerlo todo atado y bien atado te vuelven a sorprender haciendo saltar por los aires tantas teorías y buenas intenciones.

Hablas con él o ella, personalmente, en su sitio o en tu mesa, le explicas un ejercicio, te escucha y razona como si estuviera en total sintonía contigo, incluso tal vez has hablado muchas veces en el pasillo o la calle, de su vida, sus problemas, su fin de semana y hasta te ha contado sus vacaciones. Todo parece tan normal, como si por fin la vida exterior hubiera conseguido entrar en su cabeza impregnando de cordura su cerebro adolescente.

Además, si hay alguien que defienda mejor, con más coherencia y contundencia cualquier injusticia social y, especialmente las causas perdidas, son ellos, estos adolescentes que, con esa mezcla de compromiso adulto e ingenuidad infantil, son capaces de venderle un frigorífico a un esquimal.

Parecen tenerlo todo para vivir de forma razonable y razonada esta locura que más tarde es la vida con la que se encuentran un día casi de golpe y porrazo al salir de la escuela. ¿Qué es lo que hace que en clase, una vez entre sus compañeros se transforme de tal manera que parezca otro? ¿A dónde fueron las palabras que parecían escuchar como si le acariciaran el entendimiento? Le hablas entonces y te mira como si fueras un extraño, salvo en alguna ocasión en la que deja entrever el principio de una posible y lógica explicación.

El sentido de pertenencia al grupo es tan importante que le absorbe. Sentirse integrado es clave para su desarrollo personal y social. Por todo esto debemos tratar de apoyarle a lograr ese punto intermedio que le ayude a nadar y guardar la ropa, a saber estar en el grupo con la mayor integración posible pero sin dejarse arrastrar, porque el peligro que entraña ser engullido sin casi darse cuenta puede ser letal, consiguiendo desde anular su verdadera personalidad hasta ser víctima de acoso escolar si los acosadores, que no tienen por qué ser los líderes, se fijan en él.

Me preocupa esta época y sus altibajos, esos cambios de escenario que se ven obligados a realizar para no quedar fuera de juego, para ser distintos sin dejar de ser iguales, de ser ellos mismos, ese mimetismo con el medio, con el grupo de iguales que puede resultar muy peligroso si no se sabe gestionar. No podemos dejar de estar junto a él, desde la distancia pero a su lado, sin dejar de observar y poniendo a su alcance todas las herramientas posibles que le permitan asirse a la cuerda que le traiga hacia nosotros cuando pueda vislumbrar algún peligro especial, y no precisamente los que por cuestiones propias de la edad se aventura a frecuentar.

Entre todos debemos seguir con ellos en la corta distancia, cargados de toneladas de paciencia, ayudándoles a crecer, sí, aunque crean ser ya adultos porque el calendario sigue aumentando sus números, esos que unas zapatillas nuevas o una tontería del compañero a mitad de clase, e incluso un simple comentario parece hacer disminuir.

Javier Lozano, 20 - enero - 2018

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