Me
preocupa su mirada, esa cara que nada más entrar al aula dirige hacía mí unos
ojos que atraviesan el aula de esquina a esquina. En los primeros días de curso
siempre la creí muestra de un interés
desmedido por aprender, por escrutar lo desconocido que se abría ante ella en
el nuevo curso, pero hoy sé que me equivoqué.
Cada
día la misma mirada penetrante, inquisitorial, inquietante, la misma que me ha
hecho preguntarme muchas veces qué hay tras ella para que las cosas no funcionen,
que las calificaciones sigan sin salir bien, que no trabaje en clase y no
estudie en casa. Tras intentar, de buenas maneras, decirle que en clase debe
sacar el libro, abrir el cuaderno, atender y tratar de entender las cosas,
añadiendo eso de “si no entiendes algo me puedes preguntar mil veces” he
comprobado que las cosas siguen sin funcionar y que como aquella vieja canción
“la vida sigue igual”.
Hay
que seguir dando pasos en una dirección que permita detectar el problema y
poder empezar a pensar en cómo acercarnos a la solución. Hace unos días me
encontré por el pasillo con una de sus amigas de clase, de las que comparten
con ella risas y despistes, incluso esos comentarios que la otra le hace
mientras su mirada me sigue traspasando en la distancia. Me ha asegurado que no
es nada contra mí, nada relacionado con mi forma de tratarla o de llevar la
clase, lo que me deja más tranquilo a nivel personal, pero no profesional
porque el objetivo más inmediato es que aprenda, pero el principal a medio y largo
plazo, e incluso a corto si es posible, es que sea feliz.
El
otro día, en un momento de la clase, me acerqué al grupo donde estaba
trabajando y aproveché, tras explicarles alguna cosilla, para preguntarle qué
tal estaba y si le pasaba algo. Al final me aclaró que le pasan cosas. Le he
ofrecido mi ayuda si la necesita, mi tiempo, todo aquello que pueda sacarle de
ese pozo de tristeza en el que parece estar. No dijo que no, más bien creo que
vio una puerta abierta por la que intentar salir al decir un sí recubierto de
timidez.
Desde
ese momento saca las cosas y trabaja en clase. Sé que no era yo el culpable de
su situación y eso me da fuerzas para poder, de algún modo, estar a su lado
desde la distancia que da la prudencia, tan lejos para no coartar su libertad y
tan cerca a la vez como para poder sacarla de sus dudas en mi asignatura y si
es posible de las que la vida, su vida de adolescente, le está creando y que
oscurecen esas expectativas que seguramente ve inalcanzables por unos problemas
que trataré de averiguar por si es posible minimizarlos e incluso hacerles
desaparecer.
Hoy
también ha trabajado, incluso ha preguntado dudas. Creo que vamos por el buen
camino de la recuperación personal, la más importante. Su mirada ha empezado a
cambiar.
Javier Lozano, 19 - febrero - 2018
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